jueves, octubre 11, 2007

Ascética mental


Hoy, como cada mañana atravieso la Alameda Pardo, desde el Oeste, para cumplir con mis actividades cotidianas propias de mi actual situación, entonces me doy cuenta que he andado por este mismo camino desde la infancia, cuando mi madre me llevaba de la mano hacia aquel colegio color chocolate y de arquitectura que parecía extraída de algún viejo cuento de hadas y brujas. Camino con el paso propio de un Mago sumido en la atemporalidad de sus meditaciones y, percibo, con una leve sonrisa evocadora, a aquel robusto y entrañable Ficus que habita en la esquina de la avenida con la calle Bellavista, al cual de vez en cuando le doy un abrazo agradecido, porque desde la ventana del aula, la extensa bifurcación de sus ramas rescataban mi espíritu del encierro escolar. A esta hora, es imposible escuchar el lánguido cantar de los Gorriones, como cuando emancipado de la mano de mi progenitora, recorría solitario aquella senda imitando sus trinos matutinos o de tardes de invierno.

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