miércoles, setiembre 27, 2006


Circundo el segundo ovalo de la alameda Pardo que volvía a lucir la cabeza recuperada de Julio Ramón Ribeyro, entre el ansioso trinar de invisibles pichones anidados en las altas copas de los Ficus, y que urgían a sus madres por las primeras Lombrices del día. A través de la radio se escuchaba Angie, del legendario grupo al que solo había apreciado entrado los años. El cielo plateado se confundía con el mar en el horizonte, mientras la voz de Jaeger se mezclaba con algunas fibras estéticas de sentimientos pasados y actuales. Cuando cruzo el puente paralelo al de los Suspiros, en Barranco, tomo conciencia que el viaje lo había hecho casi como un autómata, no recordaba nada sobre aquel itinerario bajo la sombra del ensimismamiento. La calle donde vivía Tesia, extrañamente brillante y colorida con la luz de aquel día, le acomodo ligeramente los ánimos.

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