viernes, setiembre 29, 2006



Desde la reja que separaba el patio exterior de la casa de Tesia, llegaban agonizantes los acordes de la Sinfonía tres de Gorecki; los techos altos de la antigua construcción, creaban una acústica fascinante que invitaban al delirio místico. Estaría trabajando en esos momentos, ya la imaginaba con esa mirada alucinada y perdida, que parecía devorar oníricos personajes con tórax humanos y extremidades animales de filums inclasificables. No existía experiencia más gratificante que observarla modelando, haciendo girar la rueda, acariciando la húmeda piel de barro por horas, para luego, verla caer sobre el Canapé color burdeos ubicado frente al torno, con esos trazos de insatisfacción perpetua dibujados en su pálido rostro; luego, tomaba un habano que rompía las proporciones frente a la fragilidad ósea de su figura alargada, y con la mirada fija catando la pieza recién parida, producía espesas argollas de humo que se perdían entre los claro-obscuros de la habitación como seres fantasmales. La obra de arte por sí misma, pocas veces lograba conmoverlo tanto a Sebastián, como aquellos instantes insondables del proceso creativo en el que Tesia y cualquier demiurgo, ejercían sobre la realidad. El ser humano, le repetía a Tesia ante su protesta constante, solo es un vano y torpe imitador de esa naturaleza original e incesantemente creadora de lo salvaje.

El timbre tartamudeo, hubo de tocarlo varias veces; aunque Tesia lo oyera, seguro que no estaría en condiciones de escucharlo aún.

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