lunes, octubre 22, 2007


La luz del alba penetraba por la claraboya con un matiz azul celeste, como aquel que se percibe al fondo de los altares; sin embargo, pese al clima de recogimiento que intentaba imponer el clarear de la mañana, el ambiente familiar era de una febril agitación. En la habitación conyugal, el prolongado trabajo de parto de Doña Isabel se traducía en intermitentes quejidos que se deslizaban, quedos, por debajo de la puerta ante la impaciencia del clan familiar. La Comadrona, una Rusa blanca de robusta figura y de encendido rostro, impartía sus férreas instrucciones con la seguridad de un General en crucial batalla, mientras don Agusto iba desandando nerviosamente sus pasos de un lado al otro sobre el pasillo que dividía la segunda planta de aquel viejo solar Miraflorino. De pronto, un agudo berrido impulsó al re estrenado progenitor hacia la habitación aromatizada por extractos y vapores.Entre las manos regordetas de aquella matrona, colgaba el retoño recién habido mostrando, para su asombro, entre los rollizos muslos,el aparejo inconfundible que convertía en innecesario el nombre de Rosario del que había dispuesto. Se acercó titubeante junto al lecho donde yacía exahusta doña Isabel, y con voz trémula le confesó su descubrimiento, !es hombre mujer, es hombre! a lo que ella respondió con absoluta felicidad: si, claro que sí, ya lo sabía, y se llamará Sebastián.

2 comentarios:

Margot dijo...

Ummmmm como me gusta el inicio de su vida!!

Me llevas y traes con tus palabras, te dije?

Un abrazo!!

XIGGIX dijo...

Hermana, me conmuevo al escuchar la cercania de tu voz, como olas transformadas en signos que arriban a esta orilla
beso alado