jueves, noviembre 29, 2007



Al tomar la billetera, la yema de sus dedos se encontró con el suave roce de la arena que, como ínfimos polizontes, hurgaron en ese extremo coagulado de su memoria del que intentaba eludirse; pero fue en vano, aun lo perseguía aquel perfume al que no quiso renunciar, a tal extremo, que no se había duchado hasta el día siguiente de su regreso; atado a ella mediante ese lazo etéreo y ondulante que disparaba sobre su hipocampo, en secuencias, las imágenes de su rostro reflejado en la cómplice ventana, y la cual huroneaba entre la mímica de algún proyectado reproche, las absurdas sonrisas que Camila y Julián dirigían hacia la casa desde aquel destello del día, otra vez fugitivo. Al enterarse de su retorno, interpuso mil y un excusas para evitarla; pero en aquella ocasión, no pudo conseguir elaborar otra justificación coherente que lo liberase del cadalso de su presencia. Innumerables correos testimoniaban todos sus intentos para encontrar la forma, el momento, el quien debería abordar la confesión sincera e ineludible, de ese nudo que empezó en la encrucijada de una mirada sostenida unos milisegundos demás.
Desde un lunes, en el que había desertado su deseo, llegaban sus besos extemporáneos tras una insulsa resurrección de su existencia virtual.

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