martes, noviembre 13, 2007



Antes de viajar decidió visitar a su amigo Martín al que hacía un par de meses no veía debido a esos mecanismos de defensa que nos hacen evitar situaciones afectivas con las que no podemos lidiar en ciertos momentos en el que nos sentimos especialmente vulnerables. Los dos compartieron, desde la infancia, aquella profunda amistad edificada por los efectos tóxicos producidos por un padre violento y una madre ambivalente en sus emociones, lo cual se manifestaría en una actitud rebelde de incipientes transgresores sociales y, debido a lo cual, se ganaron el apelativo de “los malditos” entre los adultos de aquel bucólico barrio. Sus tropelías transitaron desde la simple afinación de su puntería destruyendo los cristales de ventanas y de las cuales llevaban una estadística precisa, así como invasión de la propiedad, descerraje de teléfonos públicos, para concluir con la hereje costumbre dominical de descargar sus lácteas flatulencias a través de la rejilla de los confesionarios. Hermanados desde un temprano ritual de sangre, jamás uno del otro se dejaron separar ante los intentos de rehabilitación que emprendían sus padres, quienes los sometían a castigos en solitario bajo los límites de sus hogares, los cuales se la ingeniaban en burlar traspasando las fronteras que las azoteas de las casas vecinas imponían entre aquellos dos espíritus de irrefrenable talante para, desde allí, inventar algún nuevo despropósito desde las alturas; coherentes con aquel lazo que los unía, si uno era expulsado de la escuela a la que asistían, el otro desencadenaba el inapelable motivo perverso que los volvía a reunir en un mismo escenario. Emancipados más tarde de la tutela de sus padres, cuando el de Martín huyó del hogar impulsado por la pasión amorosa que el curso de su andropausia lo arrojó en los brazos de una joven y secreta fémina y el de Sebastián al morir desconsideradamente temprano sin darle oportunidad a la réplica, continuaron desde la pubertad ascendiendo en la escala de sus infracciones, bajo el influjo de su impenitente abuso de cuanto producto los aliviara de aquella sombra del desafecto que inadvertidamente los acosaba regresivamente desde la infancia, hasta la detención de su amigo al intentar contrabandear la droga de bandera en el interior de unas tablas hawaianas.
Mientras hacía la fila para la revisión y sellado de la piel antes del ingreso al Penal, Sebastián reflexionaba sobre aquellos destinos que se bifurcaron en algún momento y los condujeron hacia un desenlace opuesto en sus vidas, habían sido como una especie de provetas en donde cada circunstancia se acumuló en iguales proporciones, pero por alguna razón, cierta temperatura o mecánica de su simbología, había transformando la isonomía de sus naturalezas en diferentes sub-productos.

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