jueves, noviembre 01, 2007


Su existencia transcurría en una línea horizontal, casi como si su nódulo sinusal le hubiera dejado de enviar el más mínimo impulso eléctrico. La profesión que ejercía sin mayor pasión, no en cuanto a su teoría deontológica con la cual sí se sentía motivado, sino en relación a la praxis en una realidad que era la negación de tal actividad. Como le adelantó un amigo psicoanalista, era su intolerancia y la falta de aceptación de la realidad social, la razón de sus apuros existenciales. En el fondo siempre había intuido una cierta falta de metas claras en su vida; entonces, acogió aquella profesión en virtud de una equivocada consideración de costo-beneficio, pues la facultad donde seguía la carrera de Antropología se veía envuelta en largos periodos de huelga que lo sumían en una ansiosa indefinición. Lo que sí tenía claro, era su visceral rechazo a la medianía; sería un Santo o un réprobo: San Agustín o Gauguin o en un acto de transacción social, Fantómas. Recordó aquella ocasión, cuando adolescente, en la que huyó de su casa por primera vez con dirección al Sur; para evitar incomodas intervenciones, caminaba de noche por la carretera y de día se infiltraba en alguna Caleta de pescadores e intercambiaba alimento por labores de estiva, con la seguridad de que aquella gente no haría muchas preguntas, como así sucedió. Una noche, ya cansado y con sueño, no tuvo otra opción que adentrarse en el Desierto para dormir un poco, pues era el lugar más seguro en aquella parte de su incierto destino. Caminó un buen trecho lejos de la vía y se construyó una especie de tumba sobre la cálida arena. Era la traducción perfecta del silencio, pues ni el viento lo acompañaba; sólo se extendía sobre él, un espacio profundo y límpido cubierto de Estrellas, algunas fugaces que aludían al Universo en continuo movimiento bajo su inmóvil expectación y asombro. Fue en aquel instante, en medio del cual presintió un futuro de sagrada contemplación; lo cual, por cierto, estaría muy lejos de serle concedido por los hados, quienes tenían entre sus manos una historia distinta a la que Sebastián creía haber interpretado en aquel crepúsculo sobre el cielo, pues lo que le deparaba la posteridad estaría signado por la tensión entre el sentido y la fuerza del deseo; había leído poco y mal.

1 comentario:

Margot dijo...

Suele suceder, los hados no suelen ser proclives a conceder mucho...