jueves, noviembre 08, 2007


Traspuso la puerta del restaurante y las miradas escrutadoras de sus ávidos especuladores, que bulliciosamente lo ocupaban,lo devolvieron al tiempo en que concurría habitualmente cuando asesoraba a alguno de los miembros de aquel clan; tomó una revista y mientras la ojeaba distraídamente, se le acercó uno de los mozos al que conocía desde sus épocas de universitario, cuando éste trabajaba en aquel tiempo en un café venido a menos, frecuentado por poetas y artistas; lo saludó con la pretérita cordialidad de antaño; su rostro mostraba, ahora, un andino y reposado aspecto señorial producto de su tesonera lucha por una vida decorosa; juntos evocaron pasajes del anecdotario de ese antiguo garito, hasta que muy propiamente le tomó la orden y se retiró cortésmente.
Al paso que bebía aquel líquido gratamente amargo, su terca memoria no pudo menos que revivir las catexias y contracatexias que, cual invisibles gladiadores, se habían enfrentado en la tensa y pantagruélica celebración del cumpleaños de Camila. Aquella dulce mujer, era la pasiva víctima de las manipulaciones de su numerosa familia, cuyo cuadro disfuncional llevarían al orgasmo a cualquier estudiante de psiquiatría; aquel sanatorio ambulante, de cuyos miembros resaltaban Catalina y Manuel como los aglutinadores y más visibles exponentes de aquella pedagogía venenosa con la que su diminuta y ególatra progenitora había demarcado la geografía de sus vidas, a partir de aquel acto propiciatorio en busca de un idilio de mil y una noches con un Turco que, a su fallecimiento, hubieron de descubrir que era casado y que mantenía una familia paralela en otro país. Tuvo que hacer un gran esfuerzo meditativo para exorcizar las imágenes de aquel duelo psicológico, del cual fue gratamente rescatado por una colega muy animosa y propietaria de una figura que disipaba cualquier pensamiento sombrío.

No hay comentarios.: