viernes, noviembre 09, 2007


La vehemente coleguita andaba muy feliz debido a un exitoso proceso judicial ganado en buena lid y estaba resuelta a festejarlo sin límites; luego del ameno almuerzo, Sebastián accedió para continuar los afanes burlescos de su compañera, alentado por los generosos Pisco Sours que peligrosamente repitieron sin moderación. Tomaron un auto de alquiler concientes de su inconciencia temprana y se dirigieron “en busca del tiempo perdido”. En el trayecto se confesaron antiguos y presentes devaneos hasta que, al pasar por la Avenida Diagonal y con el objeto de habitar el trayecto, Sebastián le relató la historia de la “Estatua del Amor”; una leyenda urbana miraflorina que tenía como protagonista a un personaje que, desde niño hasta muy entrada su juventud, observó caminar por la acera colindante con el Parque Central hasta el borde de la calle Schell, para luego volver sobre sus pasos una y otra vez hasta una hora determinada de la tarde, después de la cual, desaparecía misteriosamente del paisaje. Aquello se perpetuó por indeterminables años, hasta hubo algún aburrido parroquiano que decía haber contado la centena de pasos que daba para cumplir su hierático ritual. Con el correr del tiempo se fue despejando, no sin ciertas inconsistencias, la dramática razón que lo llevó a tan persistente expiación. Al parecer, aquel hombre que poseía la mirada y la sonrisa más tiernamente afable que jamás hubo presenciado en otro ser humano, depositó sus más delicados sentimientos en una mujer que le era negada y de la cual, contra la voluntad de los hados y al parecer de sus padres también, logró obtener la promesa de matrimonio. El día y la hora señalados para el encuentro llegó, así que, pulcramente engalanado la esperó en aquella vereda, pero ella nunca apareció; más tarde se hubo de enterar que su prometida había sido arrollada por un automóvil cuando presurosa se disponía a ir al encuentro de su amado; en virtud de lo cual, él le entregó su cordura hasta que la muerte lo llevara a su lado. Al concluir el relato, su futura compañera de juerga, sin poder contener las lágrimas, le pidió cambiar de planes para ir a su casa y escuchar un poco de música, lo cual pareció a Sebastián una mejor idea, aunque, sin embargo, no dejó de pensar que era un aguafiestas por haberle contado semejante historia en tales circunstancias.

No hay comentarios.: