miércoles, diciembre 12, 2007


Esa noche, al bajar por aquella elipse escalonada, se encontró con esa señal que se torna única al mezclarse el perfume con cierta piel; coincidieron sus miradas sin lograr entender la razón que la llevó a volverse en ese instante hacia él, fue tan de improviso, que pasó por su costado cumpliendo aquel rol que representan dos desconocidos en una circunstancia cualquiera. Era una noche de lucimiento social; mimetizado con aquel traje entre un conjunto de personajes envueltos en triviales sonrisas y un catering demasiado elaborado, saludaba al paso que iba ganando la terraza desde donde alcazaba ver el perfil de Sofía charlando en ademanes principescos con un hombre mayor, muy concentrado en su pronunciado escote; se detuvo un instante antes de cruzar la mampara, observando el ondear de su cuerpo en el vestido entallado y encendido que componían un jónico paisaje con la Luna entre las ramas de los sauces esperando en el jardín interior, rodeado de columnas blanquísimas. Su innegable personalidad de publicista, lo recibió con una exagerada deferencia que descolocó a su arrobado interlocutor, sin embargo, bajo una sonrisa elegante, logró integrarlo nuevamente a su hechizo; mientras conversaban los tres, no dejaba de mirar a su alrededor intentando ubicar a Tesia, aun cuando comprendía que no necesariamente hubiera de asistir a aquel evento, había aceptado la invitación con ese secreto deseo.
Observó a un lado del amplio salón, al infaltable colega de profesión que lo animaba para reunirse con él en aquel grupo que lo escuchaba con una teatral atención; se acercó con un desgano vencido por un interés ajeno de no desairar aquel público llamado; charlaban sobre concesiones de tierras y otros asuntos similares; escuchaba los argumentos con ese cínico entusiasmo del que considera inútil expresar su opinión ante una audiencia, en la que era evidente, una simple motivación mercantilista en la evaluación del tema; pensaba, mientras atendía aquella golosa proyección de cifras, en la coincidencia existencial que advirtió en Saramago a través de una periódica publicación, cuando alguna vez soltó a boca de jarro aquella frase en uno de sus encuentros con los “hermanos mayores” : la solución es someter a concurso público internacional el gobierno del país, había opinado graficando su desesperanza de aquel momento frente aquel vano ritual de Café; el hombre de Los Cuadernos de Lanzarote habría concluido, en forma similar, en medio de la fiebre de privatizaciones de aquella época que pretendía hasta privatizar las zonas arqueológicas: “Y finalmente, para florón y remate de tanto privatizar, privatícense los Estados, entréguense de una vez por todas la explotación a empresas privadas mediante concurso internacional. Ahí se encuentra la salvación del mundo…Y, metidos en esto, que se privatice también la puta que los parió a todos”. Estuvo a punto de comentarlo entre el mareo que le producía aquella feria de perfumes; sin embargo, su atención cedió cuando aquellos ojos semiabiertos volvían a su horizonte; ahora, con más perspectiva, podía apreciarla en toda su gracia ambivalente de paloma y guepardo.

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