jueves, diciembre 13, 2007


Te veo muy concentrado en la distancia, le dijo Sofía mientras lo tomaba del brazo alejándolo de aquel insulso grupo del que ya se encontraba abstraído cuando ella lo alcanzó. Se llama Paola y está comprometida, para tu información; concluyó como si estuviera íntimamente convencida de su interés hacia ella; Sebastián sonrió sin agregar ningún comentario, dejándola inmersa en una curiosidad insatisfecha, después de lo cual, continuó comentando que Tesia no tardaría en llegar; parecía habérsele instalado en el cerebro a modo de uno de esos virus espía, pensó. La gente la felicitaba a su paso, mientras ella disparaba muy adecuadas palabras de agradecimiento para cada uno de aquellos que componían el espectro de su estadística mediática. Se sentía algo asfixiado por ese ambiente, incómodo y fatuo como cada vez que usaba ropa recién estrenada. Intentó reinventarse para no evidenciar su creciente desagrado, pero sus palabras estaban vaciadas de ese timbre emotivo que las debía hacer sonar en consonancia con aquella ocasión, eran como monedas falsas descubiertas al caer sobre el suelo. Te han dicho alguna vez que eres pésimo para ocultar tu fastidio, agregó acercándosele al oído como en un acto de contrita confesión; pero no te preocupes, me pasa lo mismo, sólo que trabajo es trabajo ¿No te parece?; concluyó la última frase con un dulce movimiento en sus labios que parecían no encajar con el conjunto de su porte; se sostuvieron callados la mirada intercambiando códigos que Sebastián se vio inseguro de descifrar, pues el viaje de Tesia le impidió relacionarse algo más con ella y los lugares en los que socialmente se movían, eran diametralmente opuestos, salvo raras ocasiones. Les sirvieron Espumante, el cual Sebastián apenas probó porque lo asimilaba mal, pero se instalaron en una amena conversación sobre cine y teatro, aunque, cuando intentó ampliar la charla sobre las recientes novelas publicadas, se tuvo que excusar de opinar, pues, ante la mirada desconfiada de Sofía, le expresó que desde un buen tiempo atrás sólo había leído algunas reediciones de autores cuya narración lo habían congelado en una sensibilidad desusada de la que no podía eludirse; es más, acotó, las que caían en sus manos eran producto de una especie de alimento regurgitado que tomaba de lectores muy cercanos a él; ¿Regurgitado? ¡Que asco! ¿No podrías haber empleado una palabra más propia con este ambiente? Sebastián se daba cuenta que su lenguaje lo delataba, tenía que salir de ahí pronto aunque ello implicara quedarse con las ganas de ver a Tesia.
Salió abriéndose camino entre el bullicio inconexo que brota de la multitud reunida en espacios cerrados, eludiendo los ojos de la gente para evitar encuentros que lo retuvieran un tiempo más. En la calle, el clima de aquella noche de diciembre le pareció acogedor; se dirigió hacia la plaza entre aquellos monumentales Ficus que parecían legionarios retornando de algún combate, callados y heridos, pero igualmente majestuosos. Se había desecho de su auto impulsado por esa reciente convicción ambientalista y porque, además, pensaba que con el transcurrir del tiempo, uno debía de desacumular los inventarios que constituían sus posesiones materiales y, conservar, sólo lo estrictamente necesario para cambiar de rumbo en cualquier momento sin mayor peso. Mientras esperaba un auto de alquiler, sus pensamientos se dejaron atrapar por el ritmo pausado que aquella añeja plazuela imprimía en la gente cuando la atravesaba, con su reloj inmóvil en la hora de algún día en el que decidió no avanzar más, como el Sol en las tardes de verano que parecía aferrarse de las nubes.

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