martes, enero 08, 2008


Regresando de una caleta cercana a Lima y, sin embargo, miserablemente sobreviviente a través de las necesidades de aquellos turistas acuáticos, aún percibía, bajo la anatomía de su pié derecho, el efecto del veneno precisamente inoculado por aquel bicho marino de elocuentes reflejos territoriales; no era la primera vez que experimentaba aquella extraña sensación en su cuerpo, ya casi era un adicto a ese dolor que copaba absolutamente cada fibra de músculos, tendones y huesos en el curso ascendente e irresistible de su ponzoñoso flujo hacia los receptores del cerebro; aunque había sido redimido muy pronto por las artes de una anciana sanadora, aquella aflicción había tenido un efecto purificador sobre el animo que lo había llevado fuera de la capital para intentar salvarse de aquel ambivalente sentimiento de extrema alegría y de insensata melancolía que se posaban en las gentes durante las fiestas de fin de año; aunque, en la ciudad, las dulzonas expectativas se iban transformando en una especie de creciente malhumorado despertar sobre aquel calendario vuelto a empezar, el elusivo verano que transitaba iba incorporando sobre los cuerpos, poco a poco, una sensualidad penosamente hibernada. El tiempo parecía haberse detenido cuando ingresó a su casa, sólo aquel eco pendular que se abría paso entre el silencio, lo devolvió a su cauce biológico.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

A mi fin de año me trajo un botellaso en la cabeza y un corte con pico de botella de parte de unos delincuentes. Y todo por andar en sitios peligrosos dandomelas de borderline.
El otro año en casa de amigos o en mi casita, viendo alguna película de Almodovar o Allen.

XIGGIX dijo...

hey, carlos, no vaya ser aun más peligrosa semejante compañía, un abrazo.