miércoles, abril 01, 2009


Esa ardua caminata emprendida hacia las cataratas y el paisaje abundante de formas, sonidos y colores habían producido tal embriagues en sus sentidos, que aun permanecían en su memoria como una marea impulsada por la fuerza de un destino cuyo origen le era tan desconocido como aquel que lo había llevado hacia esas cálidas tierras; cada recodo en el camino había dado paso a una infinita sucesión de sentimientos que se iban transformando, desde su profana presencia, en efímeras partículas de un algo sagrado que le resultaba imposible de comprender como producto de aquel transcurso entre una infancia inconquistable de buen salvaje y los residuos de aquella teología actualizada que se filtraba bajo sus deseos.
Llovía intensamente en aquella selva inundada por una polifonía invisible a la que vanamente intentaba de clasificar, mientras daba vueltas sobre la cama como si su cuerpo buscase un espacio en donde el sueño se alojara, aun así, no lograba eludir esa necesidad interior de seguir presente en medio de aquella noche abierta a otras realidades; salio de su cabaña y se tendió en una hamaca que estaba dispuesta sobre una pequeña terraza que daba hacia la espesura, mientras iba atrapando esas regularidades que se construían entre los sonidos y silencios que se intercalaban sobre el fondo continuo del agua fluyendo, escuchó la voz de Isabel que lo interrogaba sobre su falta de sueño, aquella mujer era la primera persona con la que había logrado establecer una cierta cercanía en ese lugar totalmente extraño para él; se levantó como quien no quisiera importunar la ejecución de alguna melodía, y recién a pocos pasos pudo intuirla entre la intermitencia del brillo que un cigarrillo producía sobre su rostro, tumbada sobre la poltrona vecina. Estuvieron un rato charlando sobre la imponencia de aquel reducto y luego le propuso caminar bajo aquel chubasco, para su sorpresa, ella aceptó sin reparos mientras se despojaba lentamente de todo aquello que le cubría la piel, él la imitó como si aquello fuera una especie de código naturalmente compartido, para luego deslizarse sobre el fango sedoso que marcaba un incierto sendero; avanzaron soportando calladamente la dulce transpiración de ese cielo impetuoso, mientras las sombras del follaje que la luz de la luna traía, dibujaban sobre sus cuerpos una geometría singular que llegaba desde algún arcaico pasado; en un instante ya no eran los mismos que fueron cuando llegaron ese primer día desde uno y otro lado del mundo, era como si estuvieran siendo recreados por una imprescindible necesidad de adaptación sobre aquel espacio que se abría en el tiempo. El lodo y el musgo se impregnaba en la piel como si fuera una segunda epidermis que se iba renovando entre los breves instantes en que permanecían abrazados e inmóviles bajo la lluvia, estatuas de arcilla rogando al cielo para que no amaneciera jamás en medio de esa especie de metamorfosis sobre la que se iba perdiendo su urbana identidad.
Las primeras horas del crepúsculo teñían el cielo descubriendo a su paso nuevas sombras, ya los sonidos no eran aquellos aislados, unos distintos e inclasificables, ni siquiera pausados y breves, eran ahora una ausencia, en ese instante el mundo se abarcaba en una y misma diástole y sístole, en un solo cuerpo hecho de tierra, hojas y sangre que se iba fundiendo indistintamente sobre toda aquella vida que empezaba en aquel nuevo día.

1 comentario:

XIGGIX dijo...

Hola David, agradezco tu invitación; aunque éste espacio sólo tenía la intención de producir una particular catársis, siemrpe es bueno saber que a alguien podría interesarle leer sobre ello; es que al final de cuentas escribir cumple su telos con la mirada del otro.
Un abrazo