Después de tomar una ducha en el laberíntico cuarto de baño abigarrado con plantas y esculturas, que bien parecía representar alguna locación de la película Indiana Jones en el Templo Maldito, Sebastián se dispuso a trabajar desde la PC de Tesia mientras ella terminaba una pieza de encargo para la Agencia de Publicidad donde laboraba su hermana Sofía. Respondió algunos correos de clientes y amigos; luego decidió por fin concluir la lectura de aquel libro que le estaba costando mucho trabajo de concentración.

Cuando paso por el taller de camino a la cocina para preparar café, observo el rostro de Tesia invadido por la preocupación, se le acercó rodeándola por la espalda y sintiendo el doble placer de su piel bajo la urdimbre sedosa que la cubría, mientras ella, sorprendida, arqueo su cuerpo, besándolo delicadamente en la comisura de los labios; lo miro al infinito, entre la bruma de sus fantásticos arquetipos y su presencia terrenal; así quedaron un largo rato sin decir palabra, hasta que Sebastián le adelanto que debía viajar al Norte; al parecer su amigo Mario, el italiano, estaba teniendo problemas con el negocio en el cual eran socios, y era urgente que viajara de acuerdo con las noticias que le habían llegado en el correo; la verdad, el asunto no era como para que se requiriese su presencia, pero deseaba que Tesia obtuviera provecho de aquel temporal alejamiento.

En la calle la tarde avanzaba sin presagios de nocturnidad; era en esa hora cuando a Sebastián se le hacían mas patentes las ataduras de su finitud. Atravesó la plazuela barranquina con dirección al Juanito para tomar aquel café postergado desde la casa de Tesia. Nunca como en ese momento, había percibido con tanta certeza aquella atmósfera provinciana que alojaba aquel distrito al que, desde su relación con Tesia, lo había convertido en testigo indeseado de aquellos costumbrismos que le causaban un hastío imperecedero, sin saber exactamente porque.