domingo, octubre 22, 2006


Hacía mucho tiempo que los “mellizos de acero” Luís y Marco no se dejaban ver, quizás por las poco ortodoxas ocupaciones en las que ambos se desempeñaban, por ello, el reencuentro de los cinco amigos en el mar aquella tarde, fue inolvidable; también Jaime, “el monje”, asistió a la cita, quien ahora andaba metido en una de las tantas escuelas Budistas que se habían instalado en Lima, entre cuyos miembros se replicaban los mismos mecanismos de poder que surgen al interior de los partidos políticos por lograr un lugar preferente dentro de la organización y, por ende, estar mas cerca del secuestro del Lama itinerante; sin embargo, ambos amigos, “el chino” con la bala a cuestas como su cruz personal, llevando la palabra de Dios a las cárceles y “el monje”, por el camino del Noble Octuple Sendero, habían logrado equilibrar sus vidas a través de aquellas ilusiones, y superar la grave adicción al alcohol y las drogas que casi los había extinguido, como si lo hizo con otros buenos amigos que terminaron en la desesperación y el suicidio. Sebastián siempre abrigo una cierta envidia por aquella capacidad de entrega que mostraban los creyentes, quienes podían refugiarse ante la responsabilidad por los actos humanos, en la protección y el consuelo que la Fe en algún dogma les procuraba.

Acababa de ver con Soledad la película Coreana: Primavera, Verano, Otoño, Invierno…y otra vez Primavera, del Director Kim-Ki-duk, la cual los había conducido a una mutua fascinación, y que los llevó a dar a conocer íntimas convicciones sobre aspectos religiosos y espirituales que Sebastián siempre eludía en las conversaciones, porque le resultaba irrelevante discutir sobre dogmas, por ello, descorcho una botella de tinto con intenciones menos salvadoras, pues Soledad simbolizaba para él, desde que la conoció, el arquetipo de una Eva pecadora, así habría sido su rostro y su cuerpo si aquel mito cristiano hubiera sucedido en éstas tierras.

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