sábado, octubre 21, 2006


La embarcación se deslizaba límpidamente, cortando el mar que lucía calmo y tornasolado; nuestro destino era Cabo Blanco, donde concluiríamos el que sería el último negocio en conjunto. Luego de un desayuno marino a base de Ostras, Tiraditos y Cebiches, los cuales rociamos con un Vino blanco extraordinario, acepté aquel imponente Habano cuyo delicioso aroma nos acompañó en la amena charla que culminaría los detalles de lo que sería el final de nuestra sociedad. Mientras Mario dormitaba, Sebastián escuchaba las bromas que se hacían entre aquellos curtidos Lobos de Mar, incluyendo la anécdota peligrosa que habían experimentado con los Guarda Costas Ecuatorianos que les habían hecho disparos que dieron en la proa al desacatar la orden de detenerse, cuando retornaban de su faena en Galápagos y por lo cual estuvieron a punto de ser conducidos a Puerto, con el consiguiente comiso del producto extraído de las aguas de aquella reserva protegida, sino fuera porque el Capitán de la Nave reconoció al viejo pescador que, en una ocasión, lo había ayudado a solucionar un grave problema mecánico en alta mar.

De regreso, al atardecer, paramos en Organos donde nos reunimos con todo el clan para echarnos una mojada. Hacía mucho tiempo que los “sobrevivientes” no surfeabamos juntos.

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