viernes, octubre 20, 2006


Trotaba bajo el cielo azul e inmóvil, mientras solo se escuchaba el sonido esponjoso de sus pies sobre la arena húmeda acompañados por las sensuales caricias del mar rompiendo suavemente sobre la orilla que se dibujaba en la distancia; huellas que se extraviaban entre dorados deltas que reflejaban el Sol, y los cerros teñidos de un ocre recuperado desde antiguos sueños. En esos instantes, solo aquella sensación delimitada por los latidos de su corazón, le daba sentido a su existencia. Podría seguir corriendo hasta morir de agotamiento, como aquel Lobo de Mar cuyos restos en descomposición encontró en el trayecto y cuyo olor, extrañamente, no lo había perturbado; así quisiera morir, en una playa cualquiera, recibiendo la extremaunción de alguna estrella de mar a través de su liana ambulacral. Sebastián sintió un ligero escalofrío cuando evocó aquel tiempo en el que constató, en carne propia, la fragilidad anatómica de nuestra humanidad. Una bella joven que le sonrió lo rescato de aquellos sombríos pensamientos, cuando iba ya llegando a la Caleta donde su amigo Mario lo esperaba para desayunar en la Lancha con los Pescadores.

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