lunes, noviembre 27, 2006



Ayer Domingo Tesia partió para España. Cuando Sebastián la llamó tomaba un café leyendo aquel libro que él le había regalado la última vez en la playa en casa de Sofía, marcado con aquellas dedicatorias, sinceras, pero que pronto quedarían tan olvidadas y amarillentas como las grandes historias en él contadas. Mas tarde iría a buscar a la dulce María, la única mujer que lo conocía bien, tan bien, que tuvieron que separarse. Con ella era imposible guardar secretos, evitar una respuesta coherente; siempre supo que la perdería; él mismo fue construyendo cada uno de los acontecimientos que la llevaron a tomar la decisión de dejarlo; por eso, cuando aquel día ella lo llamo desde su oficina para conversar, el asistió a la cita con el discurso de despedida muy bien elaborado, no cabían recriminaciones ni resentimientos; pero siguieron siendo muy buenos amigos y Sebastián la buscaba siempre para reír juntos, a través de aquellos códigos de palabras incompletas o miradas que solo ellos entendían; Sebastián no se lamentaba haberla perdido, porque una mujer como ella se merecía la mas absoluta felicidad. Caminaron comiendo helados, ella, menta con chips de chocolate, él, de lucuma; luego se remojaron los pies y las manos en el agua salada; callados, intentando descifrar, mientras avanzaban, esa obra inacabada y eterna que la marea escribe tenazmente en cada orilla.

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