miércoles, noviembre 15, 2006



Después de la siesta, caminaron por la orilla con la intención de husmear entre las húmedas costumbres de aquellos ariscos Cangrejos que se encogían al estallar las olas contra el farallón. Abrazados frente al horizonte, sus palabras languidecían bajo el insistente fragor de las aguas. Tuvieron que acercar sus labios al oído como en una especie de confesión, para entenderse; algunas lágrimas se mimetizaron con el salado y frío rocío que entrecortaba su respiración acompasada con el ir y venir de la marea, mientras Sebastián ensayaba consuelos que sabia la distancia traduciría en adioses.

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