martes, noviembre 21, 2006


Entró a la cocina para beber un poco de agua, y lo recibió aquella mirada desnuda que reconocía en Soledad. Maniática del orden, recordaba como le incomodaba que los trastos se acumularan hasta el día siguiente luego de una reunión. Se sentó sobre el mueble de la cocina, mientras ella enjuagaba con esmero una copa que destilaba gotas carmesí; el agua que discurría dispersando las blancas burbujas que el jabón sembraba sobre el vidrio acariciado por sus delgados y hábiles dedos, se perdía en roncos gorjeos bajo inimaginables senderos. Soledad le alcanzó la copa de la que estuvo bebiendo, la cual él expuso a contra luz para ubicar y cubrir con los suyos, la huella imperceptible que sus labios habían impreso sobre el cristal; aquel gesto sugerente, arranco una fugaz sonrisa que develó, aun mas, el lenguaje sexual que subyació entre ambos en el transcurso de aquella velada. Acarició su tibio cuello mientras ella cedía generosa el contorno húmedo de sus labios, en un beso profundo que traducía la energía de las pulsiones contenidas desde que se volvieron a encontrar en las playas del Norte.

Sara se disculpó por el cansancio del viaje, y se despidió acompañada por Julián, lo cual imitaron los otros al poco rato. Sebastián le entregó las llaves de su auto a Jaime para que llevara a sus casas al resto del grupo, pero ninguno se atrevió siquiera a intentar alguna broma con respecto a que él se quedaría en el departamento de Soledad; sólo las típicas miradas intentando buscar efímeras complicidades que Sebastián no deseo consentir en esos momentos. De pronto el silencio se hizo inmenso. Sebastián buscó entre los discos y escogió uno de Miles Davis, el cual tradujo el callado ambiente en una cadena de mágicos acordes que tejieron entre sus cuerpos desnudos, infinitos abrazos sobre las últimas horas de aquella noche que transcurría serena.

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