domingo, noviembre 19, 2006



La marea estaba bastante baja, así que decidió entrar a Conchan antes de volver a Lima para disipar en algo su tristeza. Seguro que allí estarían los del grupo de Punta Roquitas con los que surfeaba en esa playa cuando el mar estaba en tales condiciones. En efecto, desde la orilla vio la silueta inconfundible del “burro” esperando la racha junto al Barco que se mecía acoderado en el Muelle. No había viento, y las campanas entraban de un par de metros, y una que otra que se maleaba rompiendo, calculaba casi de tres. Les hizo alarmantes señales para que salgan como si algo grave sucediera, quería saber si alguno caía en la trampa y le prestaba la Tabla para meterse una mojada; dicho y hecho, el “ñaño” fue quien pico el anzuelo; iba saliendo, seguro pensando que algo le había sucedido a su camioneta; cuando Sebastián lo alcanzó en la orilla, tomó la Tabla y, mientras señalaba al vehículo, se despidió remando ante un confundido personaje que, sentado en la arena con las manos en la cabeza, comprendía tarde la celada de la que había sido objeto.

Aquella sesión en el mar, bromeando con los amigos y gozando de aquellas campanas poderosas que formaban barriles espectaculares, le relajó lo suficiente el ánimo y el cuerpo como para seguir la ruta hacia Lima. En su casa lo recibió una tintineante y descalza Noemí, que no paraba de hacerle infinidad de consultas sobre compras y quehaceres del hogar para los cuales Sebastián, en ese día menos que nunca, tenía intenciones de absolver. Noemí era una joven Loretana que iba tres veces por semana para impedir que Sebastián sucumba por un estado de inanición, o siguiera durmiendo sobre sábanas marcadas con el devenir erótico de sus noches, y por las cuales era severamente reprimido por aquella espigada mujer de sedoso y largo cabello azabache, cuyo movimiento de caderas al caminar, le hacia imaginar a la Vahiné compañera de Gauguin.

Luego de conciliar reclamos con Noemí, se dispuso a organizar sus asuntos de trabajo pendientes, así como hacer una relación de las personas con las cuales debía comunicarse para redondear los acuerdos previos a la llegada de Julián para concretar la transferencia de los negocios de Lima y el Sur. Focalizar su atención en temas de índole profesional, era la mejor manera de evitar seguir pensando en Tesia; sin embargo, los objetos y aromas que lo rodeaban se constituían en un lenguaje que evocaban su mirada, su voz, su piel; como haría para acallar esas voces, la memoria de su cuerpo grabada en la yema de sus dedos y a un lado de su cama.

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