domingo, diciembre 31, 2006



Cuando llegaron al albergue, lo estaba esperando el asesor del municipio en donde se estaba gestionando la licencia de construcción de la Casa Noble; aquel tipejo con el pelo grasiento, barriga descomunal y sonrisa de hiena, se le acercó comedidamente con su lenguaje pretensiosamente amable; cuando Sebastián le cortó de golpe los atajos y preámbulos con los que intentaba justificar su inusual presencia aquel treinta y uno de Diciembre, el tinterillo no tuvo mas opción que reptar por el sinuoso sendero por el que están casi genéticamente obligados a transitar estos productos que la sociedad ha permitido que muten en medio de nuestras contradicciones éticas. Luego de un giro alambicado sobre normas y reglamentos sobre la zonificación del lugar en donde se construiría el negocio, el susodicho, según dijo, tenía listo su dictamen sobre la no procedencia de concedernos la licencia solicitada, pero el “burgomaestre”, conciente de los beneficios económicos y laborales que la inversión propiciaría en la zona, estaba dispuesto a “flexibilizar” los efectos de las normas para un “mutuo beneficio”. Sebastián no pudo disimular la repugnancia que le producía, así que sin mas preámbulos, le respondió que él había estudiado con la diligencia debida las normas sobre zonificación expedidas por el “burgomaestre”, las cuales no habían sido aprobadas dentro del marco de los procedimientos legales sobre la materia; en consecuencia, dígale usted al “señor burgomaestre”, que estoy dispuesto a agotar todas las acciones legales y constitucionales necesarias para hacer prevalecer el derecho que nos asiste para que se apruebe nuestra solicitud; así que señor abogado, puede apurar el paso y desaparecer de mi vista lo mas pronto que su adiposa figura se lo permita-concluyó Sebastián- El hombre lo miraba con una cara de chicle masticado, con los ojos desorbitados y balbuceando una serie de disculpas por las que él entendía se había producido un malentendido- Sebastián se levantó, y se dirigió, como siempre cuando atravesaba por aquellos trances, con un dedo sobre el gatillo de su revolver imaginario. Quien era ese tipo-le pregunto Cynthia extrañada- NADIE- le respondió Sebastián con una sonrisa vacía.

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