miércoles, enero 03, 2007



Solucionado el impasse debido a la determinación de propósitos que le había mostrado Sebastián al funcionario municipal, le expidieron con especial celeridad el permiso para iniciar la construcción de la Casa Noble. Los mellizos ya se encontraban en la zona solicitando presupuestos para los materiales en coordinación con el Arquitecto, quien ya había instalado a su cuadrilla de operarios al pie del terreno. Las cosas se acomodaron con inusitada rapidez en este comienzo de año, así que lo más probable era que para julio se estaría inaugurando la Discoteca tan ansiada por todos. Le escribió un correo a Julián contándole las buenas nuevas, y también contestó aquel correo tan sentido que Tesia le había enviado con ocasión de las fiestas. Al parecer estaba muy satisfecha con la decisión tomada porque las experiencias a nivel de organización museográfica en España eran impresionantes según le comentaba, además, la universidad donde estudiaba tenía convenios con otros museos europeos que le permitían conocer diversas experiencias y viajar con relativa frecuencia y subvencionado presupuesto. Sebastián recordó la voz de Tesia, y aquel aroma tan especial de su transpiración que lo volvía loco, que lo hacia quedarse horas oliendo su piel como aquellos perros buscadores de trufas. Que corta fue aquella relación, demasiada, para las infinitas posibilidades que la personalidad extraordinaria de aquella mujer te brindaba en cada encuentro; femenina, pero muy segura de si misma e independiente de criterio; amaba toda manifestación musical y artística; era una biblioteca memoriosa que sin aspavientos te nutria cada vacío en los que pudiera incurrir tu exposición o devaneo, con tanta elegancia que quien presenciara aquel acto salvador, confundido, lo atribuía a quien sufría el demérito; extraña y distante cuando estaba en proceso de concebir alguno de aquellos personajes, mas allá de cualquier ciencia anatómica o fisiológica. Amarla me hizo grande, dejarla partir, quien sabe; pero nuestras psiquis se confabulaban muy bien para convertir naufragios en bellos oasis. Por supuesto que no deje de confesarle el cuasi delito con el que estaba conviviendo en aquellos días con una adolescente tardía, quien estaba decidida a huir conmigo en busca de nuevas playas, proposición que me había parecido interesante sino fuera porque Soledad estaba por llegar y, de cajón, sabía que aquellas dos mujeres no se soportarían. Sebastian sonrió por lo que vendría, no descartaba la huida con aquella adolescente que tenía mucho en común con él respecto a las prioridades de la vida y sobre todo, a esa férrea decisión para construir una vida al margen de todo paradigma.

La dulce Camila lo extrajo de aquellos sinuosos caminos por los que transitaban sus delirios y mientras le decía que no había nada que Bob Marley no curara junto con un buen porro de cancas, se lo llevo a caminar por la playa para recuperar su esencia de libertad. En el trayecto de esa playa que se entregaba desde el primer grano de arena hasta la ultima resaca, su voz me arrullo con aquella canción de Fiona Apple, Shadowsboxer que se me introducía en cada órgano de ese cuerpo que insistía en mutar en tan solo roca para huir de aquella adolescente.
Camila dejaba las huellas necesarias, yo las seguía con su canto y con la memoria intervenida en mil emblemas.

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