jueves, enero 04, 2007


La casa descansaba en aquella playa de arenas blancas y lejanas que contrastaban absolutamente con el azul egipcio del mar, que cercano, se expresaba con aquella voz con la que suelen hacerlo esos marineros de aguas profundas: fuerte y rotunda. Casi ahogada sobre el polvo, emergía como antigua eremita en medio de aquel translucido desierto; sus cañas asomaban como si las canas de la misma tierra donde estaba contenida. Una ventana de irregular forma, casi al ras del suelo, entre abría el espectáculo, oscuro y casi arcano; alfombras de mil y una noches acariciaban sus suelos polvorosos y, sobre aquellas delicadas superficies, dos intimas prendas de sensuales colores, mas aun, cuando en el umbral circular que conducía al salón privado, apareció Serafina como una verdadera princesa de ébano cincelada por algún artista de alma pura. La contenía bellos tules color de arcilla nacida del fuego. Sebastián quedo sin el mas breve aliento, su mirada lejana atraía a cualquier mortal que poseyera tan solo el mas diminuto sentido de la estética y, mas aun, de alguien que hubiera de verdad conocido uno real, y vívido momentos que, pudieran haberse considerado, perfectos, y, esencialmente, bellos; Sebastián conoció esas tierras, y ahora veía frente a él a la misma mujer, pero, bañada de noches perfectas. Avancé sin conciencia hacia su presencia, y sobre las trampas de sus ojos peligrosamente hechiceros; de una perfección obscena en facciones y contornos. Se abrazaron como las claras de los huevos, y se besaron muy junto a los labios mas sublimes que pudieran alguna vez ser besados. Aquel refugio era un lugar de curación espiritual. Nos sentamos sobre multicolores cojines, y en compañía de perfumes que embriagaban los sentidos, ciertamente ejercitados. Sirvieron en copas de sensuales geometrías, un brebaje denso y amargo que produjeron unas nauseas recogidas en sendas vasijas que pronto se ausentaban, para luego, quedar bajo sus invisibles efectos, y domesticado entre los brazos de aquella dulce morena en campos de algodón; mientras las olas susurraban por entre la ventana irregular, las sesiones mas sublimes sobre aquellas ondas de infinitas formas; entonces comprobaste la perfecta ecuación entre hacer el amor y correrte la ola mas perfecta; aunque hubiera deseado perderme en ese cuerpo, mas que surfear la ola singular, pero luego, yo sé, hubiera vivido la amargura mas eterna, al saber que no habría, para mi: la ola perfecta…; alumbrado por antorchas de hierro y de femeninos cuerpos de diez y siete Lunas, caminé bajo el delirio de ensueños verdaderos sobre el amor, los secretos del viento, el mar y la arena; mas el sol y las olas, siempre sobre aquel vehiculo sagrado de tu piel, explorando otras profundidades.

En aquel lugar estuve viviendo, los hasta ahora mejores siete días con sus noches de un año que se despedía, y de otro que, quien sabe, por donde nos llevará …




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