jueves, diciembre 21, 2006


Cynthia no cabía en su pellejo por la calidad de las olas que había experimentado en Mancora aquella mañana; cuando Sebastián la despertó a las cinco y treinta de la madrugada; aun medio comatosa, se puso el bikini y salio abrazada de su tabla; tan solo se escuchaba el rítmico romper de las olas en el arrecife, no había nada de viento; el mar, como un inmenso espejo azul esperaba aquellos cuerpos; fue un excelente bautizo. Cynthia recordó las veces que vino con su familia cuando era muy pequeña, en esa época no había tenido la oportunidad que le inocularan la obsesión por la tabla, lo suyo eran las artes marciales chinas las cuales practicaba con un Sifu personal; recién cuando su hermano Javier, quien era el más próximo a ella convenció a su madre para que construyera una casa en San Bartolo, fue que aprendió a surfear en aquel emblemático verano; luego con sus nuevas amigas fue adquiriendo experiencia y soltura corriendo en otras playas del Sur. Pero éstas olas eran otro rollo, realmente permitían al verdadero surfer expresar su estética personal al máximo, estaba realmente conmovida. Camila, Sebastián y los otros muchachos que se hospedaban en el albergue la escuchaban, reconociendo cada uno, quizás en parte, su propia historia de cuando arribaron por vez primera al mágico Norte; almorzaban en la terraza desde la que se apreciaba la rada, y el viento bajo la sombra de las cañas apaciguaba el infierno que sobre su piel habitaba después de horas bajo el calcinante Sol- Espera que corras en Lobitos y después, aunque sea, te consueles con ver reventar Cabo Blanco-le dijo Sebastián- te aseguro tendrá que venir toda tu familia para llevarte de las mechas a Lima- todos rieron y continuaron comiendo con la voracidad que la playa promueve en la gente de mar, mientras la pequeña Luna iniciaba sus primeras danzas moriscas bajo el ritmo de la Colombiana.

Una siesta prolongada era necesaria antes de iniciar otra sesión de olas en el atardecer; Camila les había separado dormitorios contiguos en la ultima terraza que permitía un vista espectacular al océano; las colinas rojizas con su mito de los caballos blancos, albergaban algunos Halcones que zumbaban emitiendo agudos chirridos cuando era eminente la caída de la presa bajo sus garras; así se encontraba Sebastián, apoyado sobre la baranda y devorando el paisaje, mientras una sensación de ausencia desdibujaba y apagaba el brillo de aquel día. Cynthia apareció de pronto bajo el espectro de aquella atmósfera colmada de vacíos que lo embargaba; la miro con cierta insignificancia de propósitos, aunque era difícil sostener aquella emoción frente a la contundencia de una existencia colmada de vida; dominado por los atavismos evolutivos, los cabellos rubios y desordenados, la mirada blue como única ventana por donde se deslizaba una sexualidad aún torpe, pero voraz, desnaturalizó toda psicología para convertirla en la síntesis que movía sus intenciones, lejos de cualquier racionalización; miradas tan solo, gestos que definían sus actos hasta coronar el tiempo en una cadena explosiva de sensaciones emancipadas del deber, tan solo el goce simple y sin barreras coronó el devenir de esa tarde, sin limites. Solo el sexo le devolvía, en esos instantes, el sentido al mundo; esa mutua donación carnal, de fluidos y texturas delicadas de aquella piel floreciente. El sexo solo vale la pena de quince a veinte-pensó- mientras aquella especie de Simún los envolvía entretejiendo dos historias que no tenían, absolutamente, porque haberse cruzado en aquel camino.

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