miércoles, diciembre 27, 2006


El último día en el campamento, lo único que sobró fue agua; calcinados y hambrientos, parecían cavernícolas vagando por la playa, bajo la luz de la fogata que cazaba las sombras en la noche azulada; Cynthia y Sebastián intentaban saciar su hambre, intercambiando pequeños mordiscos sobre las secciones magras de sus cuerpos, aun cuando las flores de sal que brotaban sobre la piel, alimentaban aun más, su sed; sin embargo, aquella controlada antropofagia, constituía un método eficaz para eludir los gruñidos de sus estómagos, y la manera mas fiel de adentrarse en cada micra; involucionando, éramos tan solo gestos, nos olíamos y lamíamos; las palabras solo afloraban en cada ablución, en el mar. Casi toda la noche surfeamos bajo la Luna que teñía nuestros cuerpos desnudos, con una luz hierática, que turbaba nuestros espíritus abrumados por un misticismo incomprensible y ajeno. Mañana nos esperaba un largo camino. Nos quedamos dormidos en la orilla, arrullados por aquellas arcanas historias que la marea guarda en su danza eterna.

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