domingo, diciembre 10, 2006



La reunión de despedida para Sara y Julián, estuvo marcada por los excesos en el consumo de comida, vino y drogas; sin embargo, salvo las extravagantes muestras públicas de afecto que el MDMA produce en quienes la consumen, no degeneró hasta niveles de catástrofe; aun cuando los “justos” se dieron la satisfacción de convocar al Serenazgo cuando la música alcanzó decibeles peligrosos para su salud mental. Es que muchos de los allí presentes no eran de los mas cercanos al grupo, sino que debido a la boca floja de los mellizos algo pasados de tragos en una de las Discotecas donde trabajaban, comentaron que habría “casa abierta” en lo de Sebastián, lo cual propició la afluencia perniciosa que lindó, en algunos momentos, con una absoluta bacanal. Sin embargo, aquella fue la ocasión propicia para ejecutar su primer acto de profilaxis social. Habían transcurrido casi cuatro años desde que Sebastián fue testigo y victima de los actos de corrupción de SBJA y, también, fue aquel individuo quien inspiró la creación de su “lista negra mental”, en cuyos ficheros intangibles se anotaba todo lo relacionado con el sujeto a eliminar, que ya contenía once nombres; grupo familiar, de amistades, profesional, laboral, lugares a los que concurría, y frecuencias; vulnerabilidad del objetivo; un caudal de información acumulada pacientemente sin mayor apuro y siempre dejaba que el azar interviniera en la decisión, como en aquella oportunidad. Sebastián sabía que SBJA asistía al depa de su amante, autora intelectual y cómplice de muchas de sus corruptelas, todos los jueves como aquel y se quedaba hasta la media noche. Eran las once de la noche, así que aprovechó el paroxismo que reinaba en su casa. Hasta había perdido de vista a Soledad, seguro estarían en la azotea con el grupo, desde donde se avistaba el mar y no lo podrían ver salir con el auto. Enrumbó hacia el lugar milimétricamente reglado; en el maletero siempre tenía el maletín con lo necesario para ejecutar el plan; rifle Sniper STORNER SR-25 con una precisión de una pulgada en cien yardas y con silenciador, binoculares para visión nocturna, celular clonado, GPS, buzo, pasamontañas, guantes negros y por supuesto, su infaltable i pod. Sabía que el estacionamiento del edificio desde el haría la incursión no estaba vigilado porque el guardián se encontraba con su agarre a esas horas cada noche, y Sebastián contaba con una llave maestra que abría la puerta que daba a las escaleras y desde las cuales, en el tercer piso, lograba una vista perfecta del dormitorio de la amante del objetivo.

La Luz del dormitorio se encendió, ajustó los binoculares y los observó entre los ejercicios previos al goce. Cuando ella estuvo sobre él, esculpió los gestos de éxtasis de aquella mujer sobre la química de sus neuronas, y fue entonces que decidió también su extinción; eran el uno para el otro, el cerebro y las garras de la bestia. A quien eliminaría primero con aquel limpio y certero disparo, cual sería la escena más adecuada, más perfecta. Definitivamente ella era quien debía partir en aquellos segundos de voluptuosidad, la envidió por tan grato final de sus días, no lo merecía. El proyectil atravesó su cuello, y en el rostro se dibujo lo que pareció un orgasmo congelado, mientras caía pesadamente sobre el pecho de SBJA; apuntó calmadamente sobre aquel aterrorizado hombre, cuyo cuerpo tatuado con la sangre de su amante, pataleaba para desembarazarse del peso exánime que lo aprisionaba; recargo el arma; siguió a su objetivo mientras en el i pod sonaba Criminal de Fiona Apple; volvió a descargar sobre las piernas y los brazos de quien había perdido la capacidad absoluta de moverse y pensar. Guardó el arma. Bajo las escaleras, y cruzó la calle hasta el apartamento. Con un movimiento rápido rompió la puerta, el olor de la sangre y del miedo que brotaba de la transpiración de aquel individuo, lo disgusto, detestaba los malos olores. Entró al dormitorio, y pudo escuchar el crujir del esternón debido a la agitada respiración de su objetivo. Yacía apoyado sobre un costado de la cama con el móvil sobre unas manos tembleques que no podían coordinar el discado del teléfono de la ultima persona en la que había pensado lo podía liberar de aquella pesadilla. Levantó la mirada cuando Sebastián hizo volar de una patada la esperanza de comunicarse. El objetivo miraba a Sebastián intentando, seguro, extraer de su memoria el itinerario de los actos que habían sido la concausa de aquel fatal episodio, y que lo ligaban con su verdugo; cuando al final pareció haber entendido, Sebastián se sentó a su lado y le dijo al oído suavemente, con la actitud de un confesor: ¿valió la pena? Los ojos de aquel individuo parecieron querer huir de sus orbitas; luego armó el rifle pausadamente, apunto a la cabeza y, sin que mediara la articulación de una sola palabra, concluyó la historia de quien en vida fuera SBJA.

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