sábado, octubre 27, 2007


Aceptando un encargo, Sebastian se encontraba en el Centro Comercial buscando un perfume para llevarle a la suegra de Julian que cumplía años aquel día. Mareado por los intensos aromas, convino con la primera esencia que le ofreció la oficiosa demostradora, con el propósito de huir prontamente de aquella feria que enloquecía los cilios de sus células olfativas; al volverse hacia la Caja, se vio enfrentado con la mirada cómplice de Renata, una muy bella mujer que regentaba una mancebía bajo la fachada de lujoso Spa, al que asistió en algunas ocasiones de epicúreo in promtus para realizar sesiones de Tantra; lo saludo no sin antes recriminarle su larga ausencia, con ese tono sensual del que son tributarias las herederas originarias del Tango; él, sin poder eludir la incomodidad de aquel encuentro fuera de contexto, sintió cierto rubor que en segundos, metamorfoseo la estructura distendida de aquella clandestina interlocutora; aun así, prometió visitarla aquella tarde, lo cual le devolvió la lozanía a su delicado rostro y el timbre de cordialidad habitual a su voz.
La delicada fragancia del sándalo inundaba el ambiente, acunado por las suaves notas que producían las siete cuerdas de aquel Sitar, yacía sobre los elásticos cojines que lo invitaban a la relajación; Renata, ataviada con una túnica verde como el de la hierba fresca en primavera, se le acerco bajo aquel halo vibrante que las feromonas componen con una brillante tersura; bebió de aquella ofrenda que le extendía y el tiempo se deshizo en cosmicas geometrías.
Camino bajo la noche insolitamente estrellada y se dirigió, como si su cuerpo se hubiera liberado del influjo de la gravedad, para cumplir con el recado de Julian.

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