domingo, octubre 28, 2007


Aunque solo faltaban unos pocos días para su viaje a Máncora, Sebastián compilaba formulas para apurar el tiempo; ya podía sentir aquel abrazo incondicional del Sol apareciendo tras las colinas de bermeja arcilla, y exhalando en la orilla sus gualdos resplandores; redimido de atuendos, siguiendo sin fin los senderos que las olas marcaban en la playa como en un reposo de su larga travesía. Si ahora pudiera abordar aquella barca, abandonarse al destino que la marea dispusiera para su espíritu, de seguro arribaría sobre aquella costa azulada y sin fronteras.

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