viernes, noviembre 23, 2007


Don Marcial era un hombre nacido para las rutas; desde niño acompañó a su padre y aprendió de este los secretos de las pistas y de las máquinas, así como a referirse al genero femenino con un lenguaje respetuosamente cargado de alusiones a la mecánica automotora, lo cual alarmó en un principio a Camila, cuyo temperamento feminista se había visto renovadamente motivado por la novela que había traído consigo. Bordeando los setenta años, aquel hombre de piel curtida y pocos molares que le daban a sus palabras una conmovedora inflexión, ostentaba unas energías que vencían cualquier obstáculo, pues fungía de correo para un importante Diario distribuyendo sus noticias en tinta desde su Piura natal, hasta la frontera norte; según relataba sin el menor atisbo de inadvertencia sobre el pesado tránsito ni de las hiperbólicas curvas, ni siquiera en aquella época en que la zona fue asolada por aquel diluvio bautizado como “La Niña”, había fallado en su propósito de contribuir al traslado de la información oportuna, valiéndose, en la emergencia, de su fiel motocicleta que pasó en balsa por los varios tramos del amputado camino. Sebastián, ensimismado con la historia, controlaba su curiosidad haciendo las preguntas que aclarasen o ampliaran aquellos episodios; sin embargo, Camila, para su fortuna, se encargó de encarar los asuntos más personales de su vida. Resulta que luego de la muerte de su esposa, según afirmaba, se quedó de “vago” por casi diez años- haciendo referencia a su ausencia de pareja- pero como usted comprenderá, pues señorita,-dijo confesándose con aquel vivaz dejo piurano- el hombre no ha nacido para estar solo, necesita de alguien que lo cuide y lo espere con la comida calientita cuando llegue cansado de trabajar, así que me emparejé con una moza treinta y dos años menor que yo y, para que, estoy contento con la relación- concluyó con una sonrisa de innegable satisfacción pegada en el rostro- Camila le lanzó a Sebastián cierta mirada como si las palabras de aquel hombre constituyeran parte de su herencia biológica, a lo que Sebastián respondió con una mueca de neutra complicidad hacia el status de aquel anciano. En medio de la ruta, pararon bajo el amparo de una palmera, para beber agua de coco directamente del fruto, helada y restauradora de los ánimos algo marchitos por el intenso calor y por la sin pausa actividad de aquel extenso día, al que aun le faltaba mucha brega para concluir.
Con las inagotables anécdotas de aquella vida prolongada en esfuerzo continuo para sobrevivir, poco quedaba por aportar, sino testimoniar un callado e invariable respeto por aquel hombre mediante un abrazo fraterno al final de aquella aleccionadora ruta.
Producto de la velocidad sostenida que habían mantenido durante todo el trayecto, llegaron con una holgada anticipación, lo cual les permitió dar una vuelta por la plaza piurana y probar algo de alimento en un local que daba muestras de la pujante actividad comercial de aquella ciudad. La sobremesa se tornó en un ameno contraste de ideas, opiniones y pensamientos, de miedos propios y ajenos, muy lejos de aquella actitud defensiva en la cual Camila solía refugiarse al abordar ciertos temas que podían evidenciar sus carencias emocionales; pero en un instante, le molestó que trajera a colación, cuando hablaron del tema feminista, de un detalle inadvertido por Camila en una de las tardes que tomaban un café en la terraza del hotel observando el atardecer: había una pareja, al parecer recién casados, de pronto la mujer se acercó a nuestra mesa para solicitarnos que les tomásemos una fotografía, era típico que el muchacho no lo solicitara, pues era un rasgo común en los hombres el ser renuentes a pedir favores, ello también ponía en contexto el asunto; pero lo que hizo resaltar el punto que tocaba Sebastián, sobre que la mujer debía ganar en primer término la batalla contra su propia subjetividad, antes de dar la lucha en otros frentes, fue que la joven mujer le extendió la máquina a Sebastián y no a Camila que estaba más cerca de ella, de lo que podía inferirse su aceptación subjetiva e implícita sobre la capacidad tecnológica de los géneros y sus consecuencias lógicas encadenadas a esa inocente decisión; era claro que estaba equivocado, pero de todos modos era una pauta para discutir y no patear el tablero como así lo hizo, guardando silencio. Estaban cansados y necesitaban urgentemente recobrar su soledad.

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