jueves, noviembre 15, 2007


El día había sido largo y lleno de emociones encontradas, heterogéneas, como en toda existencia hundida en la emergencia de su provisionalidad. Luego de acomodar en la mochila lo que habría de llevar al norte, se abandonó sobre el escritorio intentando desacelerar sus pensamientos a través de la invisible cadena que la voz de Charlotte Gainsbourg tejía; escuchó el celular, pero no hizo caso de su insistente repicar sino hasta la cuarta fallida conexión, cuando pudo advertir el número de Camila; dudo unos instantes hasta que decidió llamarla. Se le escuchaba más sombría que de costumbre debido a un largo proceso de reestructuración que hubo de soportar y que, aunque había salido bien librada, tuvo que asumir la misión de informar a muchos de sus compañeros la dolorosa noticia de su retiro. Conciliaron sobre el lugar del encuentro, al que arribó Camila luego que Sebastián iba por la segunda taza de café; la pudo observar con su lánguido caminar, entre las franjas sin pavonar de aquella caja de cristal de minimalista atavío; ostentaba una palidez focalizada sobre su rostro amarcigado, que hacía evidente el impacto biológico sufrido por el estresante proceso organizativo propio en economías extraviadas de sus fines últimos.
La escuchó largamente, pero no pudo contener ciertos comentarios faltos de una más amplia empatía, al traducir lo que ella sentía en aquel instante de frágil emotividad, desde una visión más integral de su personalidad, lo que motivó cierto desencuentro. Aclarada su intención, Sebastián le propuso que lo acompañara en su viaje, a lo cual Camila se negó en primera instancia pero dejó abierta la posibilidad una vez que hablase con su jefe; sin embargo, Sebastián llamó para reservar un cupo en el vuelo, lo cual consiguió gracias a un conocido de la aerolínea que le debía un favor. Luego entraron en una librería cercana para disipar los efectos perturbadores de la conversación; guiada por el reciente Nóbel otorgado, Camila adquirió un ejemplar de “El Cuaderno Dorado” y él, un libro que le llamó la atención porque, por un lado, hacía tiempo que deseaba encontrar una exposición que, sin alarde de tecnicismos, abordara las principales teorías científicas desde un plano espiritual y, asimismo, le sorprendía que aquella cadena causal de aquel día: Martín, don Isaac, Camila, parecía culminar con aquella obra escrita por el decimocuarto Dalai Lama: “El Universo en un solo Atomo”.
En la mañana recibió un correo de Camila que decía escuetamente: lista para partir.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

quería comentar sólo este post pero advertí que es la continuación de varios anteriores.
de todas formas me ha gustado el blog. éxitos

Margot dijo...

Curioso, el instante de los desencuentros me lleva la cabeza estos días...

Voy hacia abajo y sigo leyendo, aunque sea al revés ya, pero es que hoy tengo el día cabeza abajo, jeje.

Abrazo de finde, hermano!

XIGGIX dijo...

Carlos, agradezco tu interes por este espacio, quizas aquella bandera que enarbolas pudiera constituir un cierto matiz de lo que intento mostrar.

Marga, entre los desencuentros y la cabeza para abajo, nos encontramos de pronto caminando en el buen sentido, digo, je!
abrazos perpendiculares