domingo, diciembre 02, 2007


Encontró una carta (suena tan cercanamente arcaico), entre las páginas de un libro que hace tiempo no consultaba, camuflada de los efectos del tiempo gracias al tinte del papel en el que estaba escrita; le había sido enviada por uno de sus hermanos con el que compartía, con esa lejanía emocional característica en ellos, cierta visión de la vida que los acercaba en el silencio y los separaba en el discurso cuando se abordaban entre la familia. Aunque era siete años mayor que él, Sebastián siempre estuvo atento a las manifestaciones que operaban en su desarrollo a través de ciertas particularidades que animaban su curiosidad, como la innata facultad que poseía para las artes; tercamente zurdo a pesar de los intentos de su madre, dibujaba fielmente cualquier objeto o rostro que lo asediara; más tarde incursionaría en el cuento y la poesía, ganando un concurso organizado, sobre este último género, por la universidad donde siguió estudios de literatura sin concluir para, luego, dedicarse con aquella docilidad extranjera a la familia siguiendo los consejos de su madre, a otras actividades que lo alejarían del país, desde donde seguiría escribiendo y pintando dictado por sus más recónditas pulsiones, las cuales continuaría su hijo por el imperio de aquella involuntaria tiranía genética desde lo pictórico. Recordaba que por su intermedio descubriría la ruta emocional de César Vallejo, con el que una tarde de verano lo sorprendería recitándole de corrido una decena de los poemas más emblemáticos de aquel poeta, cuando aun su memoria no sufría los efectos del THC, bajo el cual, algunas noches compartirían la perspectiva de sus espejismos conversando y riendo sin pausa hasta la madrugada, con la protesta intermitente de su madre eternamente inocente. Más tarde trascendería subrepticiamente las fronteras de su habitación, al encuentro de nuevas señales; llegarían en avanzada Sartre, Camus, Miller y desde allí, se bifurcó el caminó muy lejos de sus pasos, en otras direcciones que era inútil en ese instante recordar. La carta está marcada con la presencia de una esperanza, de una incertidumbre y del dolor por una soledad ajena a ellos aunque necesariamente cercana, que concluía con estas palabras: no tengo ganas de seguir escribiendo esta carta ni cualquier otra…

1 comentario:

Margot dijo...

Diletantes que escriben cartas, a veces hasta sin ganas...