lunes, diciembre 03, 2007


Escapando de una curva sobre su bicicleta, se encontró con Talía saliendo de su recién estrenado Piso, en donde compartía, con un señorito satisfecho, aquel tramo de su vida luego de cohabitar en su primera adolescencia, bajo el culto de un rastafari tatuador quien, sin embargo, no había sido el artífice del primer signo sobre el palimpsesto de su piel. Su aire estaba lejos de aquella belleza aboriginal de cuando Sebastián motivó, en parte, su exitosa actividad; lucía, ahora, esa postiza estética fácil de encontrar en aquellos medios, cuya función androgénica, impulsa a transformar excesivamente los atributos más buscados por su género; aunque su epidermis, aun mostraba aquel natural tinte de dorado atardecer imposible de imitar y, sus ojos, aquella mirada preservada desde un virginal ayuntamiento; charlaron sobre ese abismo que el tiempo había esculpido entre los dos; demasiadas palabras, algunos silencios, evidenciaban la pérdida de ese tempo en clave que habita con la asidua presencia; avanzaron juntos, aunque separados, un trecho de aquella senda que parecía concluir en el mar, mientras Sebastián escudriñaba su rostro, aun más que sus razonamientos, intentando recuperarla desde el pasado; fue en vano, y se despidieron con un entusiasmo desazonado.

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