sábado, diciembre 01, 2007


Noticias; no eran más que repeticiones y regresiones de una infancia social traumática, fragmentada a lo largo de visiones paralelas, parciales, mezquinamente adoquinadas desde los arrebatos electoreros, siempre apostando por el miedo infame del que poco entiende o tiene mucho; habría que hundir al país en un diván, vaciarlo de su pasado disociado eternamente presente, y llenarlo con la calma de su suaves costas, con la altura de sus sierras y el oxígeno de su selva; haber si así despierta su “camino alto” y empezamos a pensarnos como nación; palabras que se entretejieron desde una epigénesis de su conciencia mientras leía el Diario y recordaba lo que le había dicho Camila en el vuelo de retorno a Lima; no sabía sí como efecto de aquel síndrome de los pañales sucios con el que Sebastián había graficado la creciente incomodidad de su amiga frente a la brusca turbulencia y a la inminencia de su regreso al stress laboral, o por una causa menos primaria que el miedo, como era su absoluto convencimiento sobre la imposibilidad de comunicar ciertos valores. Ella le enrostró, cuando hablaban de la realidad política y social del país, su falta de compromiso político y que el riesgo sólo lo había asumido en los deportes como una forma de compensar aquello; eso lo había afectado, no en el ego propiamente, sino en ese particular ángulo que soportaba la estructura sobre la que había construido sus convicciones y su realidad, aquello por lo que hubo de arriesgar más que una vida extinta, que ya no percibe la hondura de su dolor, sino todo aquello bajo lo cual los hombres edifican sus vínculos mutuos hasta la incoherencia, para no verse “distintos”, “raros”, “extraños”, apartados de esa trilogía que los nutre en el poseer, en el poder, en la estima; su soledad era un abismo espartano al que había sido arrojado, no por espartanos, que ello hubiera sido tolerable, sino por bárbaros atilas de cuello y corbata sentados, entre los políticamente correctos pero relativamente justos compañeros de prebendas; no se arrepentía de haber caído en las aguas de aquel río; pero en ciertas ocasiones, como en aquella, en el que las palabras de Camila representaban esa realidad intransferible, era que su soledad soportaba el frío lacerante de una Catana hundiéndose sobre el nervio más profundo. Fue desde aquella certeza a través de la cual perpetró su iter criminis, con la dolosa intención de de-construir ese último reducto de sentido y vínculo con el otro: la palabra. Ese terrorismo mudo y sin estruendos, contra aquellos monumentos que, como productos de una Mita, se trasladaban de una falsa conciencia a otra aun más ruin y globalizada, no tenía aliados. Sólo esperaba encontrar algún rincón en esta geografía para retirarse fuera de los muros, una especie de Languedoc, donde pudiera iniciar una vida de cátaro perfecto.

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