viernes, febrero 01, 2008


Se despertó con el melancólico silbido de un gorrión gestante y, aunque su ánimo estaba lejos de aquellas notas extendidas, nunca pudo evitar aquel dolor de domingo por la tarde que se le alojaba en un espacio indeterminado del plexo, cuando rompía aquel trino; se levantó de la cama atravesando despacio el dosel que lo envolvía como una crisálida, dejando atrás su monocigótica especie; ella giró el cuerpo cuando salía, pero seguía dormida; la miró a través de la resplandeciente fibra, esforzándose por asimilar que era la misma Camila de los trajes rectos, monocromáticos y de su fobia a la intimidad; le dirigió una vaga sonrisa, y abandonó la habitación.
La mañana celeste y limpia alentaba sus pasos, había preferido caminar hasta su casa para ordenar sus ideas; llegando se cruzó con un tipo que vivía en la calle siguiente a la suya, tendría unos cincuenta años, a lo más, pero lucía una elegancia marchita en su austero andar; casado con cuatro hijos muy espaciados en edad, tres varones y una mujer a la que Sebastián le vio nacer tres vástagos de un marido adolescente e itinerante desde los quince años y a los que aquel hombre acogió con estoico compromiso en setenta metros cuadrados. Cada día cronométricamente aparecía por el Este y regresaba hacia el Oeste en las mismas horas, reputando con absoluta tenacidad su condición de empleado bancario; él le consideraba un secreto aprecio, era como si aquel hombre aglutinara la férrea disciplina y honradez de un criollo y anónimo Samurai, en medio del corrompido festín de gobiernos infames

2 comentarios:

Margot dijo...

Sigo aqui pegada, eim? viendo, leyendo, el transcurrir de Sebastian...

Un abrazo!

XIGGIX dijo...

Hey,Marguis! ¿Observando los hilos que mueven nuestras voluntades?
Un abrazo circular.